Nos contó que un buen día decidió empezar a aprender el lenguaje de los signos para poder comunicarse con su alumno y poder, eventualmente, enseñarle. Es profesor de Matemáticas, cosa que no es que digamos le relacione por ningún motivo concreto o especial a este mundo aparte de sus más que buenos sentimientos. Y en tan solo una clase fuimos capaces de apreciar lo fácil e, incluso, divertido que puede llegar a ser aprender este lenguaje. Y es que en dos horas no hubo uno que no quedara absorto y fuera instantáneamente atrapado por las ganas de conocer, intuir y adivinar más y más signos.
La verdad es que se me antoja sencillo, a pesar de la elocuencia de muchos de sus gestos a primera vista. Pero algo se me quedó grabado de momento (porque habrá más clases):
- Las frases deben ser cortas y directas.
- La estructura sintáctica vendría a ser lo que un hipérbaton para nosotros. El verbo suele posicionarse al final. Ejemplo: en lugar de "Me gusta el café" un sordo diría "A mí el café me gusta/gustar". O en lugar de "quiero beber vino blanco", "vino blanco beber quiero".
Les cuesta horrores leer precisamente por eso. Porque nuestras estructuras sintácticas les suena a chino, aparte de las múltiples palabras abstractas y ambiguas que tenemos. Por ejemplo: "pauta". En el cine lo pasan mal con los subtítulos por esto mismo también, además de que las traducciones no suelen ser del todo acertadas.
- Es importante ser muy expresivos a la par que se hace un determinado gesto, porque de lo contrario, podríamos estar dándole otro significado completamente opuesto al mismo.
- No es una lengua universal porque está muy ligada a la cultura de cada zona, comunidad o país, de forma que los gestos se asocian de forma distinta a las mismas cosas, y por tanto, son distintos dependiendo de donde nos encontremos.
He aquí el alfabeto del lenguaje de signos o dactilológico en España.
Ha sido una de las clases más amenas de mi vida. Recordarnos que una buena medicina empieza por una buena voluntad de tratar bien a nuestros pacientes, no olvidándonos nunca de la importancia que tiene la humanización en el trato con ellos, es algo que nunca está de más. El épico hecho de tener un joven sordo ante ti, que además, se adivina inteligente y rebosante de optimismo; que te está contando él mismo lo marginado que ha estado buena parte de su vida y que te pide que aprendas algo para poder comunicarte con ellos, no tiene precio.